sábado, 20 de diciembre de 2014

Jueces y tramposos. Un cuento de fin de otoño.


La carta estaba a medio escribir en el escritorio de su despacho, las moleskines negras desplegadas por la mesa en aparente desbarajuste. Como todos los veinte de diciembre desde hacía diez años, redactaba su carta anual a don Luis Bueno Baena. Tenía la cabeza apoyada sobre los brazos. Se había quedado dormido.
   Hasta donde había llegado se podía leer:

Querido Don Luis:
   Ante todo desearle de todo corazón en nombre de mi familia y en el mío propio una feliz Navidad para usted y los suyos.
   No hace falta que le diga lo mucho que le echo de menos. Agradecido eternamente por su amor y enseñanzas sobre la vida. Siempre en mi corazón.
   Un año más la casa se desborda con adornos navideños, el portal de Belén y el árbol de Navidad. Es África la que se encarga de esas cosas. Ya sabe usted que yo no soy muy de nacimientos, quién sabe, quizás porque el día del mío no hubo un padre que se alegrara de verme venir a este mundo. Afortunadamente, un tal don Luis Bueno (bueno en el buen sentido de la palabra, claro) se empeñó en que yo no quedara huérfano y quiso convertirse en mi auténtico padre. Quiero que sepa que yo siempre lo he sentido así y que me siento orgulloso de ello.
   Recuerdo que usted me decía cuando era chico que era un niño raro, porque nunca fui de pedir muchas cosas por Navidad como los otros niños. Había que alimentarse y abrigarse, ¿verdad? Ahora, cuando ya  intuyo el final de mi viaje en esta senda por la que la vida ha querido llevarme, le confieso un secreto que quizás usted ya sospechara: no las necesitaba. Tenía a mi madre y le tenía a usted, don Luis, que era tanto como decir amor, educación y futuro. ¿Se puede concebir mejor alimento y abrigo que ese?
   Sí, querido Maestro, me siento afortunado. La vida me ha recompensado con los más valiosos regalos que un ser humano puede desear. De entre ellos, junto al amor de mi madre, el más importante fue su amistad. Gracias por alimentar mi alma y mi entendimiento.
   Pero los años no pasan en balde, don Luis, y el cansancio se muestra amenazante haciendo posar en mí las primeras nieves, y el Moisés adulto mira con nostalgia al Moisés niño y siente miedo. Sí, mi querido Maestro, tengo miedo, miedo por mi país, miedo por los jóvenes, miedo por el futuro de mis hijos.
   Y de esto quería hablar con usted en esta ocasión…

En aquel punto debió el juez de quedarse sumido en el más profundo de los sueños.
  
Se vio volviendo a su pueblo, a su austera aldea de la sierra manchega y a su arroyo de aguas cristalinas. Se acercó emocionado a su humilde casa de antaño. Olores característicos, música de otro tiempo, esencias y ritmos vitales, evocación de instantáneas familiares remotas… El  corazón galopaba en su pecho a toda velocidad.
Se detuvo frente a la puerta principal temeroso de abrirla. Desde el distribuidor percibió la luz de la pequeña sala de estar donde su madre, don Luis, su mujer Carmen y otras caras conocidas de familiares y amigos le esperaban.
   Todos estaban allí, todos los que habían sido importantes en su vida. Su alma rebosaba felicidad.
   —Perdón —dijo Moisés dirigiéndose a su viejo maestro.
   —¿Perdón, por qué? —le sonrió don Luis.
   —Por no haber sabido estar a la altura debida.
   —¿La altura debida?, ya estamos con lo del listón infranqueable otra vez. Lo intentaste ¿no? ¿No te arrepentiste e hiciste lo posible por reparar tus errores?
   —Sí, pero... hice tantas cosas mal.
   —¡Ah!, ya. Y yo, y éste y aquél, ¿qué te crees? ….
    La sala de estar del hogar familiar se oscureció de repente. Los rostros familiares se desvanecieron  y el juez se encontraba ahora en el banquillo de los acusados. Conocía muy bien a todos los miembros del tribunal. Algunos incluso habían sido amigos suyos.
   El presidente leía su alegato final:
   “….Un juez tiene que saber medir bien las consecuencias de sus actuaciones. Salvaguardar la legítima defensa de los acusados también forma parte de sus responsabilidades…
   …Por todo lo expuesto, y en nombre del Rey,  debemos condenar y condenamos a Moisés Berruguete como autor responsable del citado delito, con pena de inhabilitación especial de por vida y pérdida de su condición de juez y de los honores anejos al cargo.
   Así lo pronunciamos, mandamos y firmamos.”

No podía creer lo que estaba oyendo. Condenado, sí, condenado. Y lo expulsaban de la carrera judicial algunos de los que consideraba sus amigos. Sentía un dolor insoportable. El dolor ante la impotencia de la mentira campando a sus anchas. Creía volverse loco.
   Pero.., ¿de qué le acusaban? ¿Qué era lo que no había hecho bien?
   Había autorizado aquellas medidas de control sobre los acusados de forma cautelar y excepcional, debido a la extrema gravedad de los delitos investigados y advirtiendo que las conversaciones y registros obtenidos de las mismas sólo podrían utilizarse como prueba en la medida que tuviesen relación con los hechos investigados; había ordenado el estado de incomunicación de los detenidos sometiéndose al más escrupuloso cumplimiento de la ley; había prolongado el secreto de sumario el tiempo mínimo necesario para ultimar las investigaciones en curso; había tramitado los casos de los aforados en tiempo y forma….¿Cómo podían tergiversar las leyes de aquella manera? ¿Qué argumentos jurídicos eran esos? ¡Pero, por Dios!, ¿que no había sabido medir bien las consecuencias?, ¿que no había salvaguardado la legítima defensa de aquellos mafiosos? ¿Prevaricación?
   Tenía que conservar la calma. Sin duda, se trataba de un error. Estaba seguro de que no había cometido ninguna irregularidad en el procedimiento judicial. Prevaricación nada más y nada menos. La mera pronunciación de la palabra le estallaba en los oídos. La mayor ignominia para un juez.
   La sentencia era injusta a todas luces. Todos los que le acusaban lo sabían. Era una venganza personal de los miserables de siempre, los de todos los tiempos.
   El juez soñaba y se veía en su sueño soñando.
   A su lado, África le miraba angustiada desde su lado de la cama. Un cristal de metacrilato los separaba y ella no podía ayudarle. Estaba atrapado en una terrible pesadilla, sudando y revolviéndose en la cama, a ratos protestando enérgicamente de forma entrecortada, a ratos llorando desconsoladamente. Su mujer se desesperaba, le gritaba inútilmente tras el cristal para despertarle, deseando poder acariciarle y tranquilizarle, secarle el sudor y darle un vaso de agua fresca dejando que apoyara la cabeza en su regazo.
   —¡Prevaricación¡ ¡Prevaricación! ¡No a los jueces estrellas! ¡Mentiroso!..., se oía en la sala del juicio el vocerío jubiloso de unos cuantos desalmados pagados por los abogados defensores de los mafiosos.
   Las fuerzas del orden recibieron instrucciones del presidente del tribunal de sacarle por la puerta trasera para evitar males mayores. El juez se disponía a abandonar la sala cuando la gran puerta de madera de dos hojas del fondo se abrió de par en par, con gran estrépito.
   Un viejo de torpe aliño indumentario hizo acto de presencia. Todos los allí presentes reconocieron al instante aquellas carnes enflaquecidas bajo el traje oscuro apenas sostenidas por los huesos.
   Los alborotadores cesaron en su algarabía y hasta el mismísimo presidente del tribunal se quedó con el martillo a media altura cuando se disponía a pedir silencio. Un mutismo sepulcral inundó la sala. Tan sólo se oían los pasos cortos y arrastrados del viejo encorvado avanzando por el pasillo.
   —Con la venia del señor presidente de este honorable tribunal, ¿da usted su permiso?
   La cara de asombro de los juzgadores allí presentes se tornó de un rojo intenso. Rojo vergüenza.
   —Depende de lo que usted pretenda, señor.
   —Nada malo su señoría, simplemente defender el honor de este hombre.
   —Creo que se equivoca señor, este hombre ya ha sido juzgado. Quiso representarse a sí mismo. Supongo que porque es juez.
   El hombrecillo se quedó mirando a Moisés y le dijo:
   —Hola, Moisés. Me envía Bueno Baena. ¿Quieres que te represente?
   A Moisés se le encendieron los ojos, y su alma agitada como un torbellino hasta aquel momento, quedó sumida en la más placentera de las calmas.
   —Por supuesto, don Antonio.
   —Ya lo ha oído señoría, ¿da ahora su venia?
   —Temo que llega usted demasiado tarde, señor mío. La sentencia es firme y no cabe recurso posible. No obstante, si insiste. Tiene cinco minutos para decir lo que le plazca. La decisión de este tribunal es inapelable.
   —Muchas gracias, señoría, seré breve.
   El hombre carraspeó ligeramente, se estiró la desgastada chaqueta del traje y dio inicio a su exposición. A pesar de su aspecto desheredado tenía la dignidad de los viejos maestros de escuela de pueblo.
   —Soy un español más, y como español acudo en la defensa de este hombre. La que ustedes escuchan no es una voz letrada. No soy abogado, ni tengo toga. De facto, ni cuerpo ya siquiera. Mi dimensión es otra, la de una edad eterna. En consecuencia, no puedo exigirles que respeten ustedes mis canas inexistentes, pero sí que escuchen mi voz inmortal, que no es otra que la voz del pueblo.
   Les hago advertencia previa que aunque digan por ahí que soy el poeta bueno, el acento de mi discurso procurará no caer esta vez en un exceso de bonhomía. Además, sepan ustedes que soy bueno hasta cierto punto, ¡puñetas!
   Como voz del pueblo vengo a decirles que la gente está hoy indignada. Por eso mi voz, su voz, no puede ser más que alta y enérgica. Desde donde yo vengo la verdad es universal y se muestra con total transparencia. Supongo que dado el noble oficio que ustedes representan, que les recuerdo no es otro que ser garantes de la justicia ante los ciudadanos del mundo, estarán sus señorías interesadas en escuchar la versión de los hechos que tenemos por allí.
   El presidente del tribunal empezaba a cansarse de las peroratas e insinuaciones del viejo.
   —Señor mío, este tribunal le aconseja que vaya usted al grano. Se le acaba el tiempo y aunque ya le he dicho que nuestra sentencia es inamovible, le ruego no se pierda por los cerros de Úbeda. Precisión, señor mío, precisión.
   —¡Ah sí, señoría! Voy a ello. Les diré con precisión cual es la opinión del pueblo. Seguro que sabrán apreciarla.
   El viejo se ajustó sus vetustas lentes redondas y expuso su alegato.
   —Este es el grano señoría: El pueblo no considera justo que ustedes, los mismos jueces que resolvieron admitiendo la querella contra mi defendido, rechazaron injustificadamente los recursos contra la admisión de la misma, filtraron interesadamente información a los abogados defensores de los mafiosos, resolvieron a su favor los recursos presentados por éstos en base a dicha información manipulada y denegaron los recursos en los que Moisés presentaba las pruebas de su inocencia, sean los mismos que quieran condenarle. ¿Le parece suficiente precisión, señor mío?
   —¿Es usted conciente de que si sigue usted con esa línea de argumentación, tendré que acusarle de desacato a este tribunal? —le interrumpió airado el presidente.
   —Lo siento señoría, no creo que usted pueda hacer eso. ¿Va a juzgar de desacato a todo el pueblo español?
   —¡Desacato!, ¡desacato!..., volvieron a surgir las voces facinerosas de la sala.
   —¡Silencio o desalojo!
   —Bueno…, a casi todo el pueblo —continuó el viejecillo ajustándose las gafas con las manos y mirando de soslayo a los agitadores de siempre, los de todos los tiempos—. El pueblo no sabe de tecnicismos legales, pero sí de que por encima de la ley está la dignidad humana, la protección de los derechos individuales. Lo que el pueblo no comprende es que ustedes se inhiban de su misión esencial de ser garantes de la democracia, de que manipulen las leyes y la apliquen a este hombre de forma tan desproporcionada mientras los comportamientos ilícitos quedan impunes. Ustedes tienen una alta responsabilidad que emana del pueblo y no pueden permitir que la mentira se instaure por más tiempo en nuestra democracia.
   —¡Desacato!, ¡desacato!...
   —¡Orden en la sala! —vociferó el presidente del tribunal golpeando la mesa con su mazo—. Le insto a que no siga por ese camino señor. A este hombre se le han aplicado las leyes vigentes. Unas leyes, por definición, justas, le recuerdo.
   —Siento importunarle y negar la mayor señoría. Una legislación justa debe permitir la posibilidad de que las sanciones, por muy grave que sea el delito, se individualicen atendiendo a circunstancias atenuantes. Las hay hasta para el homicidio. Supuesto que mi defendido haya cometido el grave delito del que se le acusa, ¿por qué le aplican ustedes la máxima pena prevista por nuestro ordenamiento?, ¿no deberían ustedes quizás haber tenido en cuenta su trayectoria ejemplar en docenas de procedimientos judiciales de lucha contra los delitos económicos y la delincuencia organizada?, ¿no es cierto que en sus más de treinta años de ejercicio profesional mi defendido jamás dictó una sentencia injusta a sabiendas, ni le es imputable retardo malicioso alguno en la administración de justicia? ¿De repente se ha vuelto falto de diligencia o ha enloquecido? ¿Por qué aplican ustedes las circunstancias más agravantes, cuando la ley les faculta a aplicar en este caso las más lenitivas? ¿No tienen ustedes como jueces potestad de adecuar la sanción e individualizar la pena entre unos mínimos y unos máximos legales? ¿Por qué en este caso lo inhabilitan de por vida si podían hacerlo por dos años por imprudencia? ¿No es potestad de sus señorías la libre apreciación de dichas eximentes? ¿No es cierto que, como jueces, ni siquiera están obligados a informar de las mismas pero sí de que existen? ¿No es esto elemento suficientemente demostrativo de la confianza de los ciudadanos en la justicia, en la humanidad y dignidad de la justicia? ¿No deben tener las sanciones a los acusados un objetivo de inserción y reeducación en nuestro ordenamiento? ¿Cómo demonios puede mi defendido rehabilitarse si le condenan a no ejercer nunca más el oficio que ama?
   El viejo hizo una deliberada pausa dejando que sus palabras quedasen flotando en el ambiente y se fueran filtrando en las mentes del tribunal y de los asistentes al juicio. Tan sólo se oía un ligero e inseguro murmullo. Tras unos segundos prosiguió con parsimonia.
   —El pueblo tiene claro la respuesta a todas estas preguntas, sus señorías. Este juicio ha sido una farsa. Mi defendido estaba condenado a priori. La sentencia del pueblo es la única inapelable y el pueblo dice que Moisés es inocente.
   —Le quedan exactamente treinta segundos —bramó encolerizado el presidente del tribunal.
   —Ya acabo sus señorías. Sólo les pido que miren ustedes bien a la persona que acaban de condenar. Algunos de ustedes tienen la suerte de conocerlo bien, otros, no tanto. Mírenle como juez y como persona. En ambas condiciones es un ser humano excepcional. Sepan que dictaminen ustedes lo que dictaminen no podrán destruir jamás ni sus ideas ni su moralidad ni sus convicciones. Donde ustedes ven maldad y prepotencia, el pueblo ve una conciencia clara y limpia.
   Por eso les pido que reconsideren la condena que acaban de dictar en nombre del Rey. Y si eso no es suficiente para sus Excelentísimos Señores, con humildad, éste que les habla y que ustedes saben defensor hasta la médula de un régimen legítimamente constituido en otros tiempos, como ya dije en una ocasión, arrebatado irracionalmente a los españoles por la torpe, bárbara y regresiva razón de la guerra, la más estúpida de las guerras posibles, la guerra entre hermanos, se arrodilla ante sus Señorías y ante Su Majestad el Rey si fuese menester, pidiéndoles clemencia. Y lo hago plenamente consciente de la atemporalidad de la voz del pueblo y de la dignidad de los seres humanos, en la convicción de que sea cual sea su estimación sobre este recurso popular, ante el Tribunal Supremo de la Humanidad, el único donde no hay lugar a la falsedad porque sólo rigen las leyes de la filantropía, la únicas inapelables, precisamente por basarse en la inapelable razón del saber popular, mi defendido ha sido declarado ya totalmente inocente.

   —Moisés, Moisés, despierta…, —le tocó con suavidad África en el hombro—. ¡Dios santo, qué forma de sudar! ¿Olvidaste que tenemos que hacer las maletas?


NOTA DEL AUTOR

Sirva este pequeño extracto reconvertido en cuento de mi novela Brick y el olivo 33 para dos fines:
Primero, como homenaje a mis padres Luis Bárcenas Marín y Carmen Gutiérrez Novis.
Segundo, como agradecimiento y respuesta a las afectuosas muestras de apoyo recibidas en estos últimos seis meses: Gracias. Espero poder salir pronto del “oscuro subsuelo encerrado”, y que lo hayáis disfrutado.
Os dejo unos versos de Alberti y una canción de despedida. Feliz fin de otoño.

Cantad alto, oiréis que oyen otros oídos
Mirad alto, veréis que miran otros ojos
Latid alto, sabréis que palpita otra sangre
No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo encerrado
Su canto asciende a más profundo, cuando abierto en el aire
ya es de todos los hombres





Manuel Bárcenas
Aprendiz de escritor y folclorista.

viernes, 27 de junio de 2014

Análisis estructural comparativo de la novela Brick y el olivo 33 del autor Manuel Bárcenas, versus Los cuerpos extraños "de" Lorenzo Silva Amador

Como bien sabéis los lectores de este blog y los de mi página web, dedicadas ambas a mi primera novela Brick y el olivo 33, el 5 de junio de 2013, previa inscripción en el registro de la propiedad intelectual, y después de valorar los pros y los contras, decidí autopublicarla en formato digital en Amazón, Google Books, e iTunes, conservando los derechos digitales y sin renunciar a una posible publicación futura en formato tradicional papel con alguna editorial que pudiera mostrar interés por la misma.

El manuscrito de mi novela lo envié a dos editoriales. En septiembre de 2012 a Temas de Hoy, franquicia del Grupo Planeta, a la atención de la señora Raquel Gisbert Misdrel. El 8 de marzo de 2013, a la editorial Playa de Ákaba, a la atención de la señora Noemi Trujillo Giacomelli y del señor Lorenzo Silva Amador, dos de los socios fundadores y principales responsables de la misma.

Ambas editoriales tenían el manuscrito de mi novela cedido para su exclusiva lectura y valoración literaria, confiando su autor en el buen uso del mismo por parte de ellas.

El 14 de marzo de 2013, Temas de Hoy, a través de la señora Gisbert, me comunica que el informe de lectura y valoración literaria de mi novela no ha sido favorable. A la fecha de la presente entrada en este blog, al no haber recibido comunicación alguna, mi novela teóricamente estaría aún en proceso de lectura y valoración en la editorial Playa de Ákaba.

A finales de mayo de 2014, me entero por las noticias literarias de la prensa que el escritor Lorenzo Silva Amador, ha declarado en diversos foros la aparición de “su” próxima novela titulada Los cuerpos extraños, publicación prevista para el 3 de junio por la editorial Ediciones Destino, franquicia del Grupo Planeta. La reseña del editor en varias librerías digitales junto a unos pocos datos que el laureado escritor desvela de la misma me hacen sospechar de la existencia de curiosas coincidencias con todo o parte de la historia recogida en Brick y el olivo 33. Obviamente, en ese momento, y puesto que sólo se trataba de una sospecha, decido esperar a la publicación de Los cuerpos extraños, leer la novela y poder certificar lo que a priori he identificado como un uso indebido del manuscrito de mi novela.

Tras adquirir la novela Los cuerpos extraños y leerla detenidamente, confirmo mis sospechas, detectando coincidencias estructurales esenciales entre dicha novela y la mía, lo cual, como se pueden imaginar, me entristece, y causa angustia y desasosiego.
En consecuencia, me veo obligado a denunciar el delito y a consultar a un abogado, a aparcar la escritura de mi segunda novela en la que estaba inmerso, y a dedicar tres semanas de un tiempo siempre escaso a realizar un análisis estructural comparativo entre mi novela Brick y el Olivo 33 y la de Los cuerpos extraños.
Adjunto en este enlace dicho análisis estructural comparativo realizado personalmente, documento sustancial sobre el que se fundamenta mi reclamación contra el señor Lorenzo Silva Amador, escritor creativo donde los haya.

Como se deduce de la lectura de dicho análisis, las coincidencias detectadas no tienen un carácter puramente accesorio. Todo lo contrario, afectan directamente al argumento central, temáticas tratadas, personajes, psicologías, línea temporal, escenas en la que se desarrollan las historias y similares lugares. Para poner la guinda al pastel el desenlace de la novela es el mismo: detención del presidente de diputación provincial Ramón Aparicio junto a otros importantes personajes políticos y mafiosos en Brick y el olivo 33, y del responsable provincial Arturo Grau y otros importantes personajes políticos y mafiosos en Los cuerpos extraños.
Lo que el señor Lorenzo Silva Amador (y/o sus ayudantes) hace con mi novela resulta transparente:
 Enmascarar los contenidos esenciales de la trama policial y de corrupción política de Brick y el olivo 33 bajo una historia más de la conocida serie de novelas protagonizadas por el brigada Bevilacqua.
 Transformar mi novela Brick y el olivo 33, creando personajes paralelos con distinto nombre y/o sexo pero con idéntica caracterización, dándose en ellos muchas coincidencias esenciales con los míos. Es particularmente llamativo el uso de varios nombres y apellidos de personajes iguales a los utilizados en Brick y el olivo 33 aplicados a caracterizaciones distintas.
 Coger la historia, los lugares y los personajes de Brick y el olivo 33, diseccionándolos y reestructurándolos en distinto orden, presentando una narración supuestamente original bajo el característico sello personal del señor Silva que tanto éxito le ha dado en su vida profesional (serie Bevilacqua).
En definitiva, y sin ningún género de dudas para mí, en Los cuerpos extraños se produce respecto a Brick y el olivo 33 una transformación de contenidos, se transponen conceptos fundamentales y elementos estructurales, se dan coincidencias que definen elementos esenciales del argumento, hay similitudes sustanciales en el desarrollo de la trama y en su desenlace, en los personajes protagonistas y secundarios y en sus interrelaciones.

Todo lo anterior, como cualquier mente despejada puede entender, me provoca una gran tristeza interior, y no renueva precisamente mis esperanzas en la bondad del género humano. Que un escritor de renombre utilice mi humilde historia en su exclusivo provecho, sólo se puede calificar de acto ruin y avariento. Más grave aún si cabe, mientras yo me devanaba los sesos realizando el análisis estructural entre mi novela y la “suya”, el señor Lorenzo Silva Amador firmaba alegremente ejemplares de Los cuerpos extraños repartiendo sonrisas entre sus admiradores incondicionales en la Feria del Libro, que se llevaban bajo el brazo, calentito, un nuevo ejemplar del brigada Bevilacqua sin sospechar las inconfesables inspiraciones del galardonado escritor. Un comportamiento con un nombre específico en el ámbito delictivo, motivo más que suficiente para que la fiscalía actuase de oficio en defensa del interés, ya no mío, sino de terceras personas.

Ya acabo, señor Silva, recordándole lo que usted mismo pone en boca (o mejor dicho, creo que pone en boca) del brigada Bevilacqua y de la sargento Chamorro en “su” extraña novela Los cuerpos extraños, transmitiéndole que no hay mayor grandeza en el ser humano que la de pedir perdón, y si aún le queda a usted algo de dignidad, siga el consejo del ascendido a subteniente Vila (ya sé que por su antigüedad, no por los tristes méritos que obtiene en Los cuerpos extraños emulando mi historia) y de la sargento Virginia:

“Reaccione, Manuel —le recomendé—. Mire, no voy a tratar de entender el hecho, ni voy a hacer ningún juicio moral o simplemente racional sobre por qué alguien como usted acaba envuelto en una mierda como ésta. Ya le tocará hacer examen de conciencia y sopesar lo inteligente que fue o no dejarse enredar a cambio de lo que quiera que sacara. Lo que me parece, mirándole y comparando con lo que vi ayer por la tarde en un calabozo de Nápoles, es que usted no es un bicho irrecuperable, algo le queda de vergüenza y de humanidad. Juegue esa baza y redúzcase el castigo, que no va a ser sólo el que le ponga el juez, sino el que usted se impondrá durante el resto de sus días. ¿De verdad cree que le compensa jugar a ese juego de rufianes de la ley del silencio, a esa maniobra barata del «me niego a declarar»?

“Si quiere un consejo, señora Valls —dijo—, y siempre que no tenga nada que ocultar, y no me refiero a un revolcón con la jefa o lo que quiera de ese estilo que hubiera entre ambas, diga verdad, sólo verdad y la verdad completa, hasta donde recuerde. Lo que trate de arreglar o eludir o disfrazar, sea cual sea la razón por la que cree que le conviene hacerlo, no va a redundar de ninguna manera en su beneficio, se lo aseguro. Sabemos hacer nuestro trabajo, y los hechos acaban saliendo siempre a la luz. Por más de un camino y con más de una prueba. Les gusta imponerse a nuestras mentiras y a las lagunas de nuestra memoria, sobre todo cuando alguien los busca con suficiente ahínco”.

“Entonces no te mintió, simplemente dirigió tu atención hacia otra cosa —razonó la sargento—. Es la mejor técnica para colársela a alguien, sin perder la compostura. Como hacen los magos. Se cercioran de que estás mirando a cualquier lugar menos donde sucede el truco”.

jueves, 10 de abril de 2014

Asquerosa

Es rigurosamente cierto que el dieciocho de diciembre del año del Señor de MMXIII, en plena proclama nacional catalanista y cuando me disponía a dar buena cuenta de mi tosta de pan con tomate, jamón y aceite de oliva virgen extra, los mil hombres y mil mujeres del municipio granadino de Valderrubio (antigua Asquerosa, Aquae Rosae para los romanos, con su correspondiente gentilicio) quedaban segregados definitivamente de los seis mil granadinos de Pinos Puente, para mayor gloria y mejor gestión de sus intereses particulares netamente diferenciados. Al mismo tiempo, los tres mil habitantes de la pedanía de Torrenueva adscritos al municipio de Motril, instaban a través de sus legales representantes políticos localísimos el inicio del expediente de independencia de la metrópoli motrileña. En ambos casos con el visto bueno de la Excelentísima Diputación de Granada y de la no menos Ilustrísima Junta de los ERE de Andalucía.
Lo juro, ¡Vive Dios! para que conste dónde sea menester.
Se dice también, aunque esto no he podido constatarlo personalmente, que los mil vecinos del barrio de Igueldo se han lanzado a las calles en señal de protesta y han quemado algunos contenedores de basura frente al Excelentísimo Ayuntamiento de San Sebastián, amenazando con establecer unilateralmente sus fronteras y crear una policía aduanera de acceso a su macizo montañoso.
Por su parte, el alcalde de Guadiana del Caudillo, como máximo responsable de la corporación local y en representación de los productores de paletas y jamones del municipio, ha presentado un escrito ante la Junta de Extremadura solicitando que la actual denominación de origen “Dehesa de Extremadura” pase a llamarse “Dehesa del Caudillo”.

Si he logrado arrancarles una sonrisa, eso que se llevan puesto. Pero no se engañen. Aunque es bueno no renunciar a cierta dosis de humor en tiempos de dolor, los momentos actuales que vivimos en nuestra querida España son absolutamente trágicos para millones de ciudadanos. Solucionar sus problemas es lo importante, no la sed de poder de los miserables régulos de las distintas taifas. Ojalá aflore la sensatez entre tanta mediocridad política y derecho a decidir y no se cometan los errores del pasado. Si no, buena la que nos espera.
Dedico esta entrada a JL Sivón. Sirva como un abrazo muy grande y un “me alegra saber de ti de nuevo”, después de dos meses de silencio por el dolor sobrevenido. Espero haberte hecho sonreir y me permito enlazar con el video Youtube que me enviaste para una mejor comprensión del que guste de leer este blog. 



miércoles, 19 de marzo de 2014

España reino de taifas: esplendor y declive


Es doloroso reconocerlo, pero en España, desde la creación del artificioso aparato autonómico en los años de la transición, muchas de las inversiones en infraestructuras y servicios de las diferentes regiones autónomas, se han caracterizado por una espantosa ineficacia, sin repercutir ni en generar riqueza para la sociedad, ni en una mejora del nivel de vida de los ciudadanos. Duele constatarlo, pero es el panorama que nos han dejado los régulos de las taifas que hemos votado durante más de treinta años de democracia, que con el único objeto de mantenerse en sus poltronas, se han dedicado a vender a los “nacionales de sus pequeños estados” una engañosa prosperidad, sin preocuparse en definir modelo económico de futuro alguno, sustentada exclusivamente sobre la base de un crecimiento urbanístico desordenado, inversiones públicas ilimitadas e ingentes subvenciones de fondos europeos sin una adecuada supervisión. Los despilfarros en infraestructuras irracionales desde el punto de vista económico durante estos años alcanzan cifras astronómicas. Un auténtico esperpento: cientos de miles de viviendas construidas sin existir una demanda real, cientos de polígonos industriales vacíos sin empresas interesadas en instalarse en ellos; aeropuertos sin demanda de pasajeros; autopistas de peaje sin vehículos; desaladoras con un bajísimo nivel de rendimiento; parques temáticos, ciudades del cine, del transporte, de las ciencias, de la cerámica… Duele, y mucho, pero a eso se han dedicado estos reyezuelos nuestros a los que hemos encumbrado como si fuesen Jefes de Estado: al diseño de infraestructuras faraónicas según el capricho del gobernante de turno, sin pararse a analizar su idoneidad económica, con abultados sobrecostes en casi todos los casos, y sin satisfacer las expectativas de puestos de trabajo prometidos. Y lo más grave, sin que nadie asuma la más mínima responsabilidad. Si añadimos a este irracional y salvaje comportamiento económico los millares de asesores y cargos públicos nombrados a dedo con sueldos ignominiosos al frente de organismos de dudosa necesidad como fundaciones, consorcios, patronatos, mancomunidades, observatorios, institutos, parques de atracciones, circuitos de velocidad, empresas externas asociadas, organismos autónomos, agencias, televisiones, radios, vicepresidencias, gabinetes, embajadas regionales en el extranjero, diputaciones provinciales, consejos provinciales…, obtendremos como resultado el monstruoso nivel de endeudamiento y déficit público al que los españoles tenemos que hacer frente en los momentos actuales. No hay que ser economista para entender que una organización administrativa de este tipo se manifiesta a toda luz insostenible. El problema es que para mantener a semejante monstruo administrativo y simultáneamente poder realizar las inversiones realmente necesarias que repercuten en el bienestar del ciudadano (hospitales, colegios, carreteras, depuradoras…), a las taifas de España no les quedaba más remedio que incurrir en un endeudamiento continuo. Y eso hicieron, con total descaro y desprecio a una gestión sensata. Primero, creando ex profeso cientos de sociedades públicas para engañar a la ciudadanía con el artificio contable de no computar su deuda en los presupuestos oficiales. Después, cuando el endeudamiento comenzaba a alcanzar cifras escandalosas, recurriendo al capital privado: por un lado, a través de concesiones para la construcción y posterior gestión de importantes infraestructuras (carreteras, hospitales, plantas de tratamientos de residuos, aparcamientos, desaladoras, parques eólicos, líneas de transporte público …); por otro, a través de un sinfín de contratos públicos de mantenimiento a largo plazo (edificios públicos, servicios de limpieza de calles y jardines, recogida de basuras, gestión de las zonas azules de aparcamiento, servicios de traslado de enfermos en ambulancias…). Las derivadas de estos tipos de contratos de colaboración público-privada y externalizaciones de servicios (algunos de ellos sumamente sensibles para la ciudadanía como los servicios asistenciales, educativos y sanitarios), que los políticos defienden ahora a ultranza bajo una supuesta mejor gestión del sector privado, son desde mi punto de vista dos: la primera, el incremento del poder de las grandes fortunas y fondos de inversión, es decir, del poder financiero de los mercados, cuyos intereses casi nunca son coincidentes con los de la sociedad en general; la segunda, y a largo plazo con un maligno efecto multiplicador sobre el endeudamiento público, el incremento continuo de los gastos corrientes de los presupuestos públicos. O sea, dicho en román paladino, que en el futuro, de seguir la economía española por estos derroteros, los ciudadanos estaremos en manos del no tan misterioso poder financiero de los mercados, si es que no lo estamos ya. De hecho, los que se están beneficiando actualmente de la ingente cantidad de activos inmobiliarios e inversiones públicas depreciadas por la nefasta gestión de los gestores políticos de las distintas taifas no son otros que los de siempre: los que mas tienen. Activos pagados por todos los ciudadanos para enriquecer a unos pocos. Una gran paradoja.
Ésta es la realidad de nuestro país de taifas. Una maléfica cancamusa planificada a conciencia. Un engaño sutil y malévolo en el que los políticos se han vuelto especialistas. El resultado de la gestión de sus ególatras e imprudentes gobernantes, con las miras puestas sólo en el voto y en mantenerse en sus poltronas, alguno de ellos consiguiéndolo hasta dos décadas consecutivas. Incapaces de consensuar nada con el antagonista político. Favoreciendo interesadamente la pérdida del sentimiento nacional. Promoviendo ventajas fiscales de unas regiones sobre otras y la duplicidad legislativa. Interviniendo de forma insensata en la ordenación urbanística generando hiperinflación del valor del suelo y corrupción generalizada. Permitiendo la proliferación de sistemas educativos y sanitarios distintos, las diferencias salariales entre regiones e injustas imposiciones lingüísticas que impiden la igualdad de oportunidades. Unos presuntos líderes políticos que blindan sus intereses particulares, y actúan al margen de la racionalidad económica, dificultando el desarrollo empresarial nacional y dedicándose en treinta años de estado autonómico a desmembrar la unidad del mercado interior español. Y lo peor de todo, incapaces de establecer las bases de un modelo económico diversificado para el futuro que pueda absorber la cada vez más dramática mano de obra desempleada del país, en especial la de millones de jóvenes bien preparados cuyo desencanto va en aumento.
Ante esta situación quisiera creer que los españoles sabremos resurgir como ave fénix de entre tanta ceniza y derecho a decidir. Al fin y al cabo, la Europa de la que formamos parte y en la que vivimos, también es una realidad administrativa compleja y difusa. El problema no creo que sea ni el centralismo ni el federalismo. Ambos conceptos no son ni inmutables, ni intrínsecamente buenos o malos. Ni siquiera existen en grado puro. En naciones diversas en las que el devenir de la historia ha conformado en unidades más o menos homogéneas con un destino común, tan deseable es un determinado nivel de descentralización como que existan unas bases comunes, siempre que en ambos casos el objetivo sea favorecer el desarrollo y el bien común, que a fin de cuentas es lo que mueve a los seres humanos a organizarse territorialmente de determinada forma bajo un determinado modelo de sociedad. O dicho de otra forma, lo relevante para que un modelo de estado cumpla los objetivos universales válidos para cualquier sociedad de individuos basada en el bien común, no es el mayor o menor grado de descentralización, sino la flexibilidad en su concepción y, sobre todo, la eficiencia en la gestión.
¿Y qué es lo que propongo?, se estará preguntando alguno a estas alturas del análisis. Pues mire usted, nada del otro mundo. A saber:
Volver a la sencillez. Que el ejemplo que el pueblo español dio durante la transición democrática, evitando conflictos, apostando por lo que nos unía y por la apertura al resto de Europa, siga siendo el camino. Pero con un profundo examen de conciencia. El paso que los españoles dimos desde la centralización más absoluta existente durante la dictadura franquista a la descentralización total y el café para todos (me atrevería a decir que en aquel entonces a la mayoría de regiones ni siquiera les gustaba el café o no tenían especial interés en probarlo), en treinta años de democracia se ha mostrado como un gran fiasco. Se hace necesaria, por tanto, una revisión del estado autonómico español en el marco europeo, con el objetivo de redefinir con eficiencia el modelo de organización territorial, poner orden en el caos legislativo existente, erradicar el derroche y las duplicidades administrativas y acabar con el proteccionismo y la corrupción de los gobernantes. En mi opinión, es la única manera de que España, encuentre la senda de la competitividad y entre todos demos la vuelta a la situación. De una vez por todas, los políticos tendrán que ponerse de acuerdo, tomando las medidas que el pueblo reclama, y que necesariamente pasan por una reforma de la constitución para reformular las competencias estatales y las autonómicas, una revisión de las instituciones de control, un gran pacto de estado en los asuntos de cohesión nacional entre los grandes partidos, una reforma de la ley electoral que delimite en su justa medida las influencias políticas nacionalistas y regionalistas sobre las decisiones de carácter general del gobierno común de todos los españoles, y un drástico adelgazamiento del gasto en la estructura de las administraciones públicas que permita recuperar los niveles de bienestar robados a los ciudadanos en beneficio del statu quo del poder financiero y político.
¿Qué es imposible? ¿Qué los partidos políticos que sustentan esta situación harán todo lo posible para perpetuar éste sistema político maquiavélico que les va tan bien a sus particulares intereses dando pienso a sus masas aborregadas de estómagos agradecidos? Allá él, el que quiera resignarse y no utilice los medios a su alcance para hacer oir su voz. Somos muchos los que con la razón del voto en una mano, y la resistencia pacífica en las calles como razón revolucionaria forjadora de futuro en la otra, queremos cambiar el estado de las cosas.
En fin, así lo ve al menos este iluso aprendiz de escritor y poeta inconcluso que no votó la constitución del setenta y ocho, ni admite la infalibilidad de padre de la patria alguno, y al que le gustaría que la constitución de su país fuese la de un conjunto de hombres y mujeres libres compartiendo un mismo camino.